Cuando vislumbré a Mick, solamente le conocía. Tenía el pelo teñido de marrón oscuro, se encontraba muy maquillado y llevaba unas mallas negras ajustadas y un top. Me dio la sensación de que parecía avergonzado y debería haberlo estado. En la pantalla de televisión su rostro tiene una dura masculinidad, pero aquí, con ese traje y todo el lápiz de labios y el maquillaje de ojos, daba la sensación de que se encontraba interpretando a algún catamito de una corte medieval. De todos modos, en la película se supone que es un antiguo cantante de pop que vive recluido, experimentando con formas musicales electrónicas.
La multitud que le detesta es aquella para la que él cristaliza su malestar por la juventud iconoclasta de el día de hoy y la creciente erosión de la mitología ortodoxa. Lo que le hace tan exasperantemente insufrible para ellos es que semeja comprender que tiene razón y que ellos están equivocados. No obstante, lo que piensen de él es sin importancia tanto para él para ellos. Parachute Woman”, ha dicho Mick, “y ahora hemos perdido al tipo que fue a procurarla”. El tipo que terminaba de llegar salió a buscar al primero. “Bueno, hay otro perdido”, ha dicho Mick. “¿Alguien se acuerda de lo que hacíamos la noche que hicimos Parachute Woman?
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(Su médico londinense declaró frente al tribunal que Mick le llevó las pastillas y le preguntó si estaba bien consumirlas, pero el juez dictaminó que el permiso verbal no podía sustituir a una receta escrita). El resto, por supuesto, iban a llegar tarde, conque Mick sugirió que fuéramos a un pub. Nos llevó en un Jaguar que pertenece al conjunto (él mismo tiene un Aston Martin azul oscuro, un Cadillac descapotable de 1937 y un Citroën de segunda mano). En el pub fue él quien tomó nuestros pedidos, fue a la barra y trajo las bebidas. Era satisfactorio de una manera despreocupada y segura de sí mismo.
Michael Philip Jagger nació en julio de 1944 en Dartford, una localidad de Kent, donde su padre era instructor de educación física. Conoció a Keith en la Dartford Grammar School, si bien Keith lo dejó a los quince años para ir a la escuela de arte de Londres. Las notas de Mick fueron lo suficientemente buenas para conseguir una beca del gobierno para proceder a la London School of Economics. Llegó a Londres con dieciocho años, en 1962, el año del primer disco de éxito de los Beatles, Love Me Do. Keith y Mick ahora llevaban el pelo largo -no copiaron el estilo ni nada de los Beatles- y ambos estaban locos por los discos de rhythm-and-blues (han tomado el nombre del grupo, Rolling Stones, de la canción de Muddy Waters, Rolling Stone Blues).
Game
” Pasó una hora y media antes que la encontraran. “¿Sabes quién la encontró? ” Dijo Mick. “La encontró el portero”. No sabía si se encontraba bromeando o no. Se volvió hacia mí. “¿Cuánto tiempo vas a estar aquí? ” “Bueno, me agradaría charlar contigo”, dije. “Está bien.
Esto es algo imposible”. También lo era, porque para entonces los ingenieros de sonido estaban a los mandos y las rachas de música se encendían y apagaban con un volumen que rompía los huesos. “Sobre esa brecha generacional, ¿de qué manera te llevas con tus progenitores?” pregunté. Me miró resumidamente, pero entonces decidió seguirme la corriente. “No voy a reiterar ninguna teoría hippie, pero simplemente no se puede socorrer esa brecha. Es realmente difícil. Me llevo bien, supongo, pero no podría decir que nos encontramos cerca. No los veo mucho”.
No piensa que sea preciso explicarlo a través de una conversación convencional. Sus reacciones se entienden estando a su lado. Es muy sincero y no finge una conformidad con reglas que considera hipócritas o estúpidas.
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Llevaba menos maquillaje y parecía más él mismo. Estaba bebiendo vino con Anita Pallenberg, que también hace aparición en la película. “Era aburrido hasta el momento en que llegó Anita”, dijo, “pero ahora es todo mucho más rápido. Voy al plató y digo unas expresiones y después salgo y espero otra hora”. “¿Piensas que alguna vez desearás hacer otra película?” “Estoy planificando una en Marruecos la próxima primavera. Keith y Brian y Marianne y Anita y Donyale Luna y John Philip Law- todos ellos van a estar en ella conmigo, espero. Lo vamos a hacer nosotros y lo vamos a hacer como queramos”.
Un examen de mi contestación inicial reveló que el sentimiento de asombro (que, en mi caso, pronto se convirtió en fascinación) era uno que compartía con las personas mayores de todo el mundo. Mientras que pueden ignorar y despedir a otros vocalistas de pop con aburrimiento, fastidio, diversión o desprecio, Jagger provoca ira. Con ese misoneísmo latente común a la mayor parte, se resienten y se resisten instintivamente a su incendiario desafío a sus cómodas ciudadelas de compromiso, construidas sobre los ritos y reglas familiares que, crean o no en ellos, han llegado a representar la regla aceptable. Nuestro encuentro estaba sosprechado para las siete de la tarde en el estudio de grabación donde el grupo iba a pasar la mayoría de la noche haciendo un trabajo en los temas de su nuevo álbum, Beggars Banquet.
Me dio la impresión de que deseaba evitar, o cuando menos posponer, cualquier pregunta por mi parte. Habló más que nada con los demás, que eran todos de su edad, y la charla allí y asimismo en el estudio, después de que llegaran los demás, me dio una idea de por qué los solicitantes a entrevistadores se derrumban de frustración. Por lo tanto, abordé mi primera entrevista con Mick con determinada incomodidad. Aunque para entonces ahora era un admirador entregado, por no decir hipnotizado, de su talento, me seguía intimidando su reputación. Tras todo, incluso The Village Voice había dicho que “reta el enfoque…. ¿Quieres tocar a Mick Jagger? No puedes aproximarte”.
Se quedaron de brazos cruzados, bromeando, viendo revistas, actuando como si estuviesen matando el tiempo en un domingo lluvioso, sin solamente que llevar a cabo. Cualquier ejecutivo de una compañía discográfica que hubiera pasado por allí habría tenido un ataque de nervios instantaneamente. Para comenzar, no podían localizar entre las cintas del álbum. “¿No las teníamos en pequeñas latas?” preguntó Charlie.
Me habían advertido de que Mick nunca era puntual y que era tan inesperado que podía mostrarse con horas de retardo o no aparecer. El fotógrafo, un amigo y yo llegamos temprano y esperamos en la salón de control vacía. Llevaba una chaqueta larga amarilla, pantalones violetas, una camisa de crepé de color lima con volantes en la parte delantera, calcetines blancos y zapatos de montar de color marrón oscuro y blanco. Su largo pelo castaño claro parecía refulgente y correcto y su ropa estaba inmaculada.